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miércoles, 27 de abril de 2016

La que Siempre Buscaba Felicidad.



QUIZÁS TODO EL MUNDO TENÍA LA RAZÓN. PERO, ¿CÓMO SABERLO? ¿DE QUÉ MANERA RESIGNARSE A SOLO EXISTIR COMO UN OBJETO MÁS SOBRE LA FAZ DEL PLANETA?
ELLA NUNCA ENTENDIÓ SU MUNDO.
SU MUNDO NUNCA LA ENTENDIÓ A ELLA.

Mujer… by Marie A.-C.:

Podría empezar la historia de Thilil con la clásica frase de "Erase una vez" pero creo que sería desmerecer su historia del grado de fuerza que conlleva. 


No estoy hablando de un personaje más de los que plagan los rincones desconocidos del Universo, sino de un ser de luz que todos los días, a cada fracción de tiempo, buscaba la manera de ser distinta. Ella era La que Siempre Buscaba la Felicidad. 


Y era distinta, muy distinta. Thilil nació, creció y sembró en un mundo más allá de los confines de la Vía Láctea, donde todos los humanoides estaban a merced de lo que dictaba el Sistema Supremo. Nadie actuaba distinto, pues desde que nacían le inculcaban los mismos valores y modos de comportamiento. Nadie se molestaba en preguntar el porqué de ese patrón, tampoco nadie se molestaba en pensar tan siquiera en romper la rutina. 


Todo era igual. Desde la actitud de la personalidad, el porte físico, las vestimentas, todo era igual. La uniformidad era un bien tan preciado que la mayoría de las personas peinaban sus cabelleras rubias de la misma manera y sí alguien nacía con el cabello aunque fuera un tono más oscuro se lo aclaraba usando como jabón de pelo una olorosa planta de jardín. 


Y ni que decir de las infraestructuras. Los edificios eran una replica al infinito del mismo modelo, y se congregaban todos dentro de un círculo alrededor de una extensa explanada que tenía una estatua en medio del fundador de esa civilización y que tenía la función de servir de escenario a las anuales celebraciones de conmemoración. Alrededor de estos edificios y siguiendo el mismo patrón, se encontraban las viviendas de los demás habitantes. Los círculos de casas iban descendiendo por la ladera de la montaña hasta acabar en el borde del canal artificial que bordeaba toda la capital de esa Polis. 


El mundo donde vivía Thilil es muchísimo mayor que nuestro planeta Tierra, pero unos cuantos mundos más pequeño que Júpiter. En cada coordenada el fundador mandó elevar montañas de igual tamaño, y sobre cada una colocó las poblaciones, pero solo en una estaba la Polis, en aquella en que reposaba su megalomana estatua.


Los habitantes de este mundo sabían muy poco de sus orígenes, y no era que se molestaran mucho en escudriñarlo. Quizás solo tuvieran que mover unos cuantos pedruscos para encontrar los vestigios de la primera civilización, pero ellos no tenían un motivo para hacerlo pues consideraban que su vida estaba bien. 


En cierta época, para el tiempo en que los valles se cubrían de una sustancia color crema, más fina que la nieve y el mundo era recorrido por gélidos vientos en el cuarto círculo en la vivienda número 10 nacía una niña. Nada podría haberla hecho distinta, solo era una niña más que nacía. No obstante, ya habían pasado 15 años terrícolas sin que hubiera nacido un solo bebé en la Polis. Sería momento de alegría para los padres, pero la niña nació con un defecto: un abundante y vibrante cabello rojo que la hacía distinta.


Esa pequeña era Thilil, La que Siempre Buscaba la Felicidad. Desde que nació hasta que sembró, Thilil buscaba sonreír. Sí no encontraba un motivo fortuito, ella creaba una situación. Por las calles se escuchaba su risa cantarina. Su voz estridente maltrataba los oídos de los vecinos cada vez que cantaba esas canciones que ella se imaginaba. 


Su madre lloraba en silencio tal desastre de la genética. Buscaba una explicación, algo lógico que le permitiera entender porqué su hija era distinta. En secreto la llevaron a la Octava Colina, donde estaban los centros de salud del planeta, para que fueran los magos de la mente quienes le dieran una solución a su situación. Thilil solo era ella, le dijo un circunspecto mago vestido de azul cielo. No tenían una cura para tales asuntos. Le recomendaron encerrarla, obligarla hacer las cosas aceptables. Hasta mantenerla dormida con tal de que no resaltara. 


Su madre se empeñó en hacerla encajar. Lavaba su cabello hasta tres veces al día con la planta aclaradora, callaba su canto, tapaba su risa. La mantenía encerrada en su casa, y aplicaba en la jovencita un castigo por cada sonrisa inmotivada. 

El tiempo pasó. Los castigos llovían día a día sobre ella. Toda el círculo cuarto se olvidó de la hija de los de la vivienda número 10. Nadie escuchaba su risa, ni su voz, ni sus canciones. A nadie le importó. 


Thilil a fuerza de obligación perdió la voz, sus ojos se apagaron y sus cabellos no brillaban ya. Su madre estaba feliz. Su hija era un ser común. Adaptable. Nada era distinto, todo era igual, la rutina perfecta. 


Cierta noche un sueño extraño se asentó en la cabeza de Thilil. Soñó que vagaba sin rumbo en una inmensidad espacio cubierto por la nieve color crema de los inviernos de su planeta. El viento gélido no corría, no había colinas, no había canales, no había personas, solo ella y la infinitud. Todo era silencio, el odioso silencio al que estaba condenada. Intentó hablar, llamar a su madre, pero su voz no emergió de su cuerpo. Derrotada ante lo evidente apretó su garganta, pues sentía en ella atrapado un fuego que le devoraba el pecho. Sentía la respiración se su ser quedarse estancada en sus vías respiratorias. Sabía que tenía que gritar, hablar, reír o cantar porque sí no lo hacía su cuerpo iba a explotar. 


Despertó. Despertó en su habitación, empapada en sudor. Unas lagrimas calientes emergieron de sus ojos, y en su cerebro brilló una cuestión: ¿porqué? ... ¿Porqué no puedo reir? ¿Porqué no puedo hablar? ¿Porqué no puedo ser distinta? ¿Porqué? ¿Porqué?


Thilil sabía las respuestas de sus porqués, pero no lo entendía. Sabía que el sistema no quería a nadie distinto, pero no entendía el porqué. Y sabía más aún... sabía que estaba mal el hecho de cuestionar todo lo que estaba hecho antes de ella y antes de sus padres, y los padres de ellos. 


Pero, ¿qué podía hacer ella con las ganas de reír? Tenía ganas de ser feliz. No hablar, no cantar, no reír, la estaba matando poco a poco. Marchitando su hálito de vida cada día más. Sin saber como, ni en que momento lo hizo, se encontró recorriendo las calles de la Polis, rauda y veloz. Dejaba todo detrás, no sabía que buscaba, solo corría en pos de la masa negra y alta del bosque septentrional.

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Cuando estuvo lejos, cuando no veía el brillo de lo que todos llamaban hogar, corrió más rápido, gritando con todas sus fuerzas, liberando sus pulmones, dejando salir su voz, cantando canciones olvidadas, esas que quisieron enterrar dentro de ella, esas que le quemaban las entrañas. Mientras sus pies volaban sobre el suelo, reía mirando el cielo purpura cuajado de estrellas. Thilil, La que Siempre Buscaba la Felicidad, era presa de una felicidad universal. Reía con la naturaleza, reía con su esencia. 

Tan feliz estaba, tan profundo era su sentimiento de dicha, que no vio el abismo, no sintió el miedo de caer. La sensación del vértigo le hizo lanzar alaridos de felicidad, y en un paroxismo de alegría se sumergió en las oscuras aguas del cauce furioso que la engulló a ella y a su Felicidad como a todo lo que no era aceptable en ese planeta. 


Thilil sintió el agua mientras inundaba sus pulmones, y no obstante sentir dolor, le dijo adiós al planeta dando su última risotada. 


Así nació, vivió y sembró Thilil, La que Siempre Buscaba la Felicidad. 





Atentamente, La Autora.- 






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