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Los grillos y las ranas hacen conciertos muy sonoros cuando el ritmo de los humanos cesan. Nunca se sabe a quien les cantan con tanta pasión. Las jóvenes le corren a las luciérnagas y a los cocuyos como sí se tratara de espectros para que no les vaya a pasar lo de la pobrecita de Esperanza. Pero había un muchacho, bravo y de buen porte, que no entraba en esas creencias. Y menos de un tiempo acá, desde que había empezado amoríos con una joven del pueblo vecino.
Su familia le aconsejaba con respecto a sus visitas a la novia, y le decían que no regresara tan tarde. Pasar por en medio del monte, siguiendo el camino real, representaba un peligro. "No hay ladrones en el camino", le decía arrogante el joven de rubias guedejas onduladas. "Sabes que el peligro no son los ladrones, mijo, déjese de esas visitas tan tarde a la novia. Vayase un domingo después de misa y vuelva antes del canto de ángelus" le advertía su padre. El joven no se reía de su padre porque era una falta terrible y podía quedarse sin familia si lo desheredaban. Prefería guardar silencio, pero igual volvía a ignorar las advertencias cada vez.
Siendo un día esplendido, el joven rubio se estaba preparando para ir a visitar a la novia, cuando un amigo le interpela "Vamos Juan no se vaya a donde la novia, hoy es noche de luna llena y usted sabe que le puede salir la cosa en el camino real, la HUELEROSA", le dijo algo temeroso el amigo. "Que va, Genaro, ¿hasta usted cree en eso? Mire sí ese espectro me sale en el camino, me apeo del caballo y le doy una bofetada". Diciendo lo cual, se fue en su caballo dejando al amigo con la incertidumbre marcada en su rostro.
Siendo ya noche entrada, y haciendo oídos sordos a las invitaciones a quedarse, el arrogante Juan montó en su caballo para volver a su pueblo. Los grillos y las ranas cantaban su concierto de manera estridente, pero el joven continuaba con su galope lento y constante a través del monte por el camino real, sin prestarle atención a ninguna de las señales.
Como de la nada, de un borde del camino, emergió una hermosa mujer: la HUELEROSA. Su largo vestido rojo caía hasta sus pies formando pliegos susurrantes que se movían como sí tuviesen vida propia. Su cabellera era negra, lustrosa, y larga y le ocultaba el rostro como una cortina oscura que escondiera un terrible secreto. Un dulce olor emergía de la bella aparición, y a medida que Juan se acercaba hasta ella ese olor se hacía más y más intenso. El caballo empezó a frenar su galope, he intentó por varias veces dar vuelta atrás, acción que Juan no le permitió.
El joven estaba decidido a continuar, aún por encima del espectro de la HUELEROSA. Espoleó su caballo con saña, y el pobre animal continúo su camino. Juan entonces escuchó salir del espectro: "Me acercarías al pueblo, es que estoy perdida". Juan sabía que esa pregunta le sería formulada, así que con toda la prepotencia propia de su edad, le contestó "Que te lleve el Diablo".
El olor, que en principio era dulce, empezó a condensarse y hacerse más y más agobiante. Luego fue tomando unas notas de hedor que se metieron por las fosas nasales de Juan evitando que su cerebro funcionara muy bien. Fue cuando se percató que su caballo ya no galopaba y que el espectro lo tenía sujeto por las riendas. Enojado y fuera de sí, el joven cumplió su palabra y abofeteó al espectro,
Ese fue el principio del final de sus días. Frente a sus ojos, una joven mujer mostró su rostro marchito y triste, que luego fue transfigurando en una horrible máscara de dolor y odio de cuya boca salia el grito más desgarrador del mundo. Un frío como de mil penas se metió en el corazón de Juan. Incapaz de mantener la compostura Juan miró los ojos del espectro, y dos pozos negros lleno de un sufrimiento milenario lo atrapó en la oscuridad de su alma.
La razón abandonó la conciencia del joven. El dolor y la negritud inundaron su alma, y el miedo ahogó su corazón en un marasmo de sufrimiento insondable.
Incapaz de entender, y de soportar más, el padre de Juan buscó a una bruja y la llevó hasta su casa. La mujer luego que vio todo, le dijo "Su hijo no vivirá mucho tiempo, fue besado por un alma en pena y el dolor de ese demonio no le dejará vivir. Maté al animal, ahorrele el dolor y el martirio. Aquí no hay nada que hacer, más que dejar que lo malo se vaya con el muchacho a la tumba", diciendo lo cual hizo la señal de la cruz y abandonó la casa muy presurosa.
El padre de Juan mató el caballo, y apenas tres días después el joven moría. Su cuerpo se consumió en pocos minutos y un hedor insoportable lleno la casa. Cuando estaban en su velatorio, las cruces de madera estallaban en fuego y al párroco que quiso oficiar su entierro le calló un rayo. Todos en el pueblo estaban asustados, así que lo enterraron en el campo de los muertos no redimidos. El orgulloso de Juan terminó sus días junto a los suicidas y los ladrones.
En el pueblo se dice que su alma nunca ha descansado en paz, y que hay quienes han visto a la HUELEROSA junto a la sombra de un hombre.
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- Amen.
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