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miércoles, 6 de enero de 2016

Conociendo un Palacio (Las Andanzas de Aysha)



"Nunca serás feliz si te preguntas continuamente qué es la felicidad. Nunca vivirás si siempre estás buscando la razón de vivir. !Vive, solo vive!".

Albert Camus, escritor francés.


Después de un viaje transcontinental, largo y tedioso, habíamos llegado a nuestro destino... finalmente. Siempre soñé con viajar, subirme a montones de aviones una y otra vez, porque nunca creí que después de un par de horas dejaba de resultar tan divertido. Imaginarme que éste iba a ser el primer viaje de muchos, por un momento no me agradó para nada. Pero tal vez ni se lo mencione a él; porque con lo sobre protector que es seguro jamás me vuelve a subir a otro avión. Aunque a decir verdad, no todo ha sido tan malo, pues él ha estado a mí lado hora tras horas, y eso ha valido todo tedio. Solo respirar su aroma me calma el cansancio más interno que tenga, por no mencionar lo que me provoca el ritmo de su respiración cerca de mí. Ya de solo pensarlo, el corazón se me acelera vertiginosamente. No sé qué voy hacer conmigo y estas ganas de él que tengo. 


Ahora estábamos siendo conducidos (es la única manera que tengo para denominar la caravana de  12 Mercedes Benz que nos escoltan) a nuestro destino definitivo. Después de un tiempo viviendo en mí país, y al cabo de ordenar todos mis papeles migratorios, él había decidido traerme a su país. Y el país de Hamad Al Shabrij era muy distinto al mio en muchos aspectos: una economía floreciente y pujante, una cultura que montaba sobre briosos corceles pura sangre entre la tradición y la modernidad, y ese desierto inmenso que empezaba abruptamente a un lado de la autopista flanqueada de enormes palmeras. Yo estaba fascinada con ese manto dorado que veía a través de la ventanilla del auto. Creía perderme en sus dunas una y otra vez. En un momento miré mis pulseras de oro y las noté menos brillantes en contraste con el imponente desierto árabe. Digo que quizás en alguna de mis vidas anteriores fui beduina, solo así lograría explicar el embrujo que en mí obró el desierto y su sinuoso paisaje. Aunque me creía absorta en el paisaje, seguía sintiéndolo cerca con su mirada clavada en mí llena de curiosidad. Él dice que me ama, me dice que soy su amada, su habibbe. Pero yo creo que soy la luz de su alma por esa forma en que me mira, como sí en el mundo no existiera algo más hermoso que yo. Sé que él no es un rey, tampoco tiene sangre de sheikh, pero yo soy una reina de un dominio que le late en el pecho y que irriga sus venas cada tantos milésimas de segundos. Yo por mí parte quisiera no amarlo, y tengo motivos para no hacerlo. Pero es que de verdad es irresistible, es como un dulce que activa mis papilas gustativas de solo olerlo. No me canso de él, ni de sus besos sobre mí cuerpo. 


Habíamos recorrido un camino largo cuando sentí su mano sobre la mía; lo miré a esos ojazos marrones que me derriten el alma, y él me dijo: "Bienvenida a mí hogar, habibbe"; miré en la dirección que sus ojos apuntaban y dejé escapar una exclamación de total sorpresa. A lo lejos se dejaba adivinar una ciudad que emergía de la bruma azulosa como una visión de un mundo futurista; mi boca se abrió en una idea no formulada y él se rió de mi expresión de manera muy divertida. "Es increíble- le dije- como es que hay semejante ciudad emergiendo del desierto". Él asintió en silencio y luego me contó que hace 20 años el paisaje no era nada igual; solo unos cuantos edificios de arquitectura tradicional y calles llenas de arena, pero los hijos del Emir decidieron colocar el reino en el mapa mundial, y con esta visión en mente inspiraron a las generaciones que iban emergiendo a la vez que patrocinaron de sus propios bolsillos casi todas las infraestructuras y los proyectos megalomanos que hoy eran el desaire de las naciones de occidente. Y en mí opinión de verdad que habían hecho un gran trabajo. La ciudad brillaba como una joya entre el mar y el desierto. No era simplemente armazones de hierro, cristales y concreto, había como un hálito de encanto a su alrededor, como una brujería soterrada. 


Me pasé el resto del trayecto hablando como una cotorra de lo hermosa que era la ciudad, de lo enorme de sus edificios y planificando cada una de mis visitas; enumeraba con los dedos las fotos que iba a tomar para enviarles a mis padres, como sí fuera una niña de cinco años en un parque de diversiones. Él solo me miraba y decía que sí a cada uno de mis proyectos, en los cuales él estaba inscrito desde ya. Salimos por una calle lateral del centro de la ciudad y nos adentramos en lo que pude ver era un muy, muy, muy, muy lujoso residencial. Ahora bien, cabe detenernos un poco sobre lo que aquí califico de lujoso residencial. Sí alguna vez haz visto las fotos de Beverly Hills, con sus mansiones y sus jardines simétricos, entonces seguro que podrás imaginarte cada uno de los palacios de este residencial. 


La caravana "Mercedes", como me dio por llamar a la comitiva de coches, dobló en una esquina y enfiló un largo camino rodeado de un jardín que podría pensarse sacado de alguna villa inglesa, con arboles enormes a ambos lados entre los que se adivinaban pergolas y pequeños lagos artificiales aquí y allá; detrás de uno estoy segura que vi una enorme pantera negra, pero no estoy segura. Después de pasar bajo un enorme arco con diseño elfico, fue que pude ver el palacio color marfil que iba a ser mi hogar durante mucho tiempo, si Allah bendecía e iluminaba cada día nuestra unión, me dijo él. Me gustaba cada palabra que pronunciaban sus labios, con ese ronco tan peculiar que le daba su acento; quise besarlo pero ya me había enseñado la maestra de árabe que en la cultura musulmana no estaba bien visto las demostraciones de afecto en público, y menos los besos que se me antojaba darle a cada rato, así que esperaría un poco más. El jardín que rodeaba "mí casa" era un sueño lúcido: cientos de flores de todo tipo bullían en los parterres en honor a una primavera inexistente pero eterna en ese lugar; las hortensias estaban derramadas como sin cuidado en casi todos los rincones, llenándolos de color y olor. En todo el derredor del palacio y en jardineras en cada ventanal había peonías blancas, mis flores preferidas. 


Llegamos hasta la entrada techada y nos desmontamos de los vehículos. El piso era de mármol color ámbar y estaba adornado con filigranas de ojos en un dorado muy brillante; me encantó ese piso, me encantaba el color dorado. Está muchísimo demás decir que quería saltar de felicidad. Me encantaba mi jaula de oro, me encantaba mi carcelero, de verdad que creo que padezco del Síndrome de Estocolmo.  Cada cosa era bella, y se notaba a leguas que había sido pensado en mí felicidad. Cada detalle era un reflejo de mis deseos, cada color, cada mueble, cada tela, cada adorno, eran todos para mí. Un regalo enorme, un sueño mio plasmado en toda la casa. Al final de las escaleras, en la pared, había un grabado en letra árabe, doradas, tenues, que después supe que era un poema, mí poema. Desde ese día siempre elevaba mí vista hacía él, lo leía, y atesoraba sus palabras en mí corazón. Y solo era el primer poema de muchos que vendrían cada día, cada mañana al despertar, o cada noche al irme a dormir, tanto sí estuviera en Dubai, como en Inglaterra. 


Cuando me llevó a mis aposentos, ya no creía que hubiera algo que me hiciera emocionar un poco más de lo que ya estaba, pero no era así; nuestra cama de sabanas inmaculadas estaba llena de esponjosas peonías blancas que eran una delicia. Podría decirse que estaba en un cielo terrenal solo mio y de él. Sentí su abrazo desde mi espalda tan cálido y amante que no pude evitar voltear a besarlo; lo hice empinada en los dedos de mis pies, y con toda la pasión que tenía acumulada: 

-No es nada justo que se me prive por tanto tiempo de mi derecho a amarte-le dije apretando mi cuerpo al suyo. Él me miró a los ojos, y vi en los de él el fuego de la misma pasión que consumía mí interior. Me abrazó con fuerza, y su boca busco la mía con hambre. Me besó largamente, transmitiéndome todo el calor de su cuerpo, todo el dulce de sus labios, su esencia toda. En un momento dado, sentí mis pies elevarse del suelo, pero no sé con exactitud, porque sus besos siempre tienen la habilidad de hacerme olvidar el mundo que me rodea. Me dejó caer en el mullido lecho, y una pena pasajera me embargó cuando me privó de sus labios y del calor de su ser.


Más duré lanzando el suspiro que lo que él duró lejos de mí; dejó caer su peso sobre mí, y !Por Dios! que fui feliz; instintivamente abrí mis piernas dándole paso a mi calor más puro, y él movió sus caderas encajando su pelvis en mí. Creo que ese lugar es su favorito, mi entrepierna. Besó mi cuellos, mis pechos, mi abdomen, mi ombligo y más allá. Se perdió en el infinito de mí placer, y me llevó con él. En algunos momentos, escuchaba mis gemidos de placer, mis gritos de satisfacción, como un tenue canto a la pasión, pero yo era ajena al mundo de fuera, estaba demasiado pendiente a él dentro de mí y a lo que esto provocaba en mí espina dorsal y en mi cerebro. Lo sentí jadear con fuerza cerca de mi oreja y me apreté más a él llena de deseo. Sí hubiese podido entrar en su ser, lo hubiese hecho, me hubiese fusionado a su carne para la eternidad. Sus labios y los míos se fundieron en un beso largo, caliente, y mí cuerpo explotó al mismo tiempo que sentí su sabia caliente en mí vientre. Un minuto, dos minutos, infinidad de tiempo duró nuestro beso, tanto que al cabo Morfeo nos traicionó con su sueño. 


Desperté feliz a su lado en medio de peonías que aun se conservaban; un nuevo día empezaba al otro lado del ventanal de mis aposentos, caluroso y venturoso. Una sonrisa perenne se había establecido en mis labios. Sentí un beso en mi hombro, y a él susurrando un canto hechicero en su lengua de beduino... era mí poema... era mí canción... palabras de su corazón para mí corazón... 


"Mí corazón junto al tuyo
late
En un solo canto de amor
nuestros espíritus 
se funden.
Es tú esencia 
mi esencia.
Es mi calor
tú calor.
Es tú luz
la guía en mí oscuridad.
Tú voz es la voz
del ángel que para mi
ha creado Dios.
El amor brinca en mí pecho
como antílope que
recién viene al mundo, 
porque es tú gracia 
a mís ojos
la gracia de la gacela joven
que corre por las arenas doradas del
desierto.
Busqué una perla más bella que las
de Ormuz, 
Allah te trajo a ti a mí
porque eres más bella
que las bellezas
todas del 
Rey Salomón.
Amarte es mi designio, 
escrito está, 
y la gracia de Dios 
será, 
que te ame y te pertenezca
aún después que la Muerte Reina
me duerma en su regazo, 
aún así te amaré plena.
Eres el tesoro, 
eres mí corazón, 
eres el amor
mio 
de 
parte 
de 
Dios". 







By:     Aysha Palak. 


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